jueves, 11 de febrero de 2010

Nombres de perra

¡Qué abandonados os tengo! Pero no es culpa mía. Durante las últimas tres semanas, mis seres humanos han estado tan ocupados y me han pedido tan a menudo que les eche una zarpa que no he tenido ni un momento para ponerme a escribir. Y como soy de natural obsesivo -al menos eso es lo que dicen ellos- y había un tema que no paraba de darme vueltas en la cabecita, sentía ya la necesidad de asomarme a este escritorio cibernético. Os escribo mientras ellos, comatosos por el trabajo y las tareas domésticas, duermen más que velan y piensan que yo también yazgo en los brazos del hermano pequeño de la muerte: no todo lo que aparece en la primera entrada del blog es cierto.

A lo que me refiero es a la cuestión de mi nombre. Yo creía recordar, pero muy vagamente, que no siempre me había llamado de la misma manera; y la sospecha ahora es certeza. No es que me importe mucho tampoco, todo lo más me parecía sorprendente que mis padres tuvieran apellidos y yo no. A ver, lo que pasa es que la omisión puede entenderse como mentira y a mí no me gusta la ocultación de datos, menos si sucede, como ha sucedido, por desconocimiento. Me he enterado de que en los documentos oficiales me llamo
Sandra's Quartett Quanta y no Ottima.

Resulta que, la semana que viene, mis seres humanos van a llevarme a una
exposición, como si yo fuera un cuadro, y andaban por ahí trajinando con papeles, papeles muy aparentes, la verdad. Como soy curiosa, en cuanto pude me puse a examinarlos y resulta que eran míos, mi pasaporte y mi pedigrí. En ambos consta mi nombre oficial.

¿Qué sabe de nombres una perra que aún no ha cumplido los seis meses? Entre los de mi especie no tienen importancia, los cánidos no
verbalizamos nuestra identidad, nos basta con olfatearla. Pero el proceso de humanización a que nos han venido sometiendo nos ha vuelto un poco nominalistas y, sobre todo, nos inquietan los cambios. Así que anduve mosqueada un par de días, porque no acababa de comprender por qué Quanta no y Ottima sí.

¿Qué sabe una perra de nombres? Pese a nuestra innegable superioridad mental, los perros la vertiente oral de las lenguas humanas no acabamos de dominarla. Ahora sé, porque he revisado la correspondencia electropostal de
ellos que me llamo como me llaman por dudosas razones de eufonía y facilidad de pronunciación en voz alta (como si yo fuera sorda) y también por motivos conceptuales y de gusto literario. Tras semanas, casi meses, de cábalas, tras desechar Rosalía, Montserrat y Carbonera y los nombres cubanos considerados naturales para los de mi raza, sólo un par de días antes de que yo llegara a Granada, uno de mis seres humanos aún le escribía lo que sigue a un amigo suyo: ''Necesito consejo: a partir del domingo tendremos, otra vez, una perra. Es una perra habanera, es decir, balserita y contrarrevolucionaria. Y no tiene nombre, es decir, tiene el nombre que le puso la criadora -Quanta, que es original pero no especialmente bonito-. No sabemos qué nombre ponerle. Hasta ahora tenemos: Celia, Vespa, Juana, Ottima Massima (para decirle Massi), Minerva, Agripina y Némesis (los dos últimos son sugerencias mías, que sé que acabaré llamándola Bicho).''.

Me llaman, al final,
Ottima, que no es lo peor que podría haberme pasado, por il cane Ottimo Massimo del Barón Rampante. Y mi dueño no me dice Bicho, sino, todo lo más, muy de cuando en cuando, Medusa, el nombre de mi predecesora en el cargo (una perra muy fotografiada de la que, a veces, siento celos retrospectivos).

Tras el mosqueo inicial, la investigación subsiguiente y este desahogo al teclado, en rigor, no puedo quejarme: lo importante es el pollo que me dan por simular que soy una perrita
educable y que no me prohíban usar sus portátiles para escribir en este blog.

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