jueves, 29 de abril de 2010

Mourinho versus Guardiola: fantasía gore de una perra equidistante

Hoy es un día en el que en Este País todo el mundo habla de fútbol (esto es, sólo de fútbol). El mío pretende continuar siendo un blog temático, un blog de perros, de modo que cabe plantearse hasta qué punto resulta lícita una entrada sobre ese deporte-espectáculo: pues bien, es absolutamente pertinente. Hay perros que juegan al fútbol y otros que no (yo prefiero las pelotas de tenis) pero todos los de mi especie estamos afectados por esa pasión combinada por el balompié y la pirotecnia que cultivan los españoles. No hace falta tener la tele puesta para enterarse de que han marcado Messi o Cristiano.

A mí los cohetes no me inquietan, ayer los del Barça estaban demasiado angustiados como para sacar la artillería por el gol de Piqué, y los madridistas -al menos los de mi barrio- tampoco salieron a celebrar de manera especialmente estruendosa el batacazo del rival... de modo que la noche fue tranquila. Pero mi
dueño lee la prensa y ve la tele, así que también estoy al cabo de la calle en cosas de fútbol.

Con respecto al Barça-Inter, lo que más me ha llamado la atención es que en todas partes ha aparecido, fundamentalmente, como un enfrentamiento entre entrenadores, como si apenas pintaran nada en el asunto los aguerridos abueletes de un bando y las ternísimas criaturitas del otro. A mí me resulta difícil tomar partido en esta combate pugilístico entre el Bien y el Mal, entre Mimosín y Godzilla, entre Guardiola y Mourinho.

Me explico. Yo soy una perra, eso es cosa sabida, y mis parámetros difieren de los de los humanos: en las pantorrillas de un futbolista no veo la magia ni la técnica ni la fuerza, sino la proteína (y si hay manera de hincarle el diente); y me da igual si la carnecita bajo las calzas es de un vikingo o de un culé. Como soy lo que soy, cuando veo a un ser humano, lo primero que hago es compararlo con los de mi especie: hay paralelismos entre las razas caninas y los fenotipos humanos. Para que nos entendamos y sin salir del Planeta Fútbol, no cabe duda de que Azkargorta es un schnauzer, Gullit un puli, Míchel un caniche y Clemente... bueno, Clemente es una rata pestífera. Guardiola es como un perrito faldero pero calvito (y algo triste); Mourinho es un terrier, de aspecto y de carácter. Mourinho es Satanás (y Satanás da susto) pero la melosidad, en exceso, empalaga. Así que no, no me decido, y el debate me deja fría, una circunstancia rarísima en una perra tan temperamental como la que suscribe.

Yo soy una perra. El fútbol tendría que ser otra cosa, un combate a muerte en el que la muerte no fuera trasunto metafórico de la derrota, sino su consecuencia: los perdedores, convenientemente descuartizados, para los perros, que nos relameríamos en el foso y siempre sabríamos que estaríamos en contra de los más gorditos.

Canis caninam non est sed victos.

miércoles, 21 de abril de 2010

Hellhounds keep out

Otra entrada sobre la exclusión: en Este País no sólo son múltiples y, con frecuencia, pintorescas las prohibiciones, también lo son las señales que las indican. La ventaja es que una no siempre tiene por qué sentirse aludida. La de la foto es la que nos prohíbe el paso a los parques de la localidad granadina de La Zubia. De lejos se diría que veda el paso a los sabuesos del infierno, al Can Cerberos o a alguna otra creatura mitológica. De cerca, el aborto del inframundo parece... una cabra. De acuerdo, la cola... una cola así no se la he visto yo puesta a una cabra todavía, pero la carita, la carita es de chivita repeinada. ¡Si lleva hasta un cencerrito! Lo bueno es que la señal de marras, puestos a ser estrictos, me permitiría entrar en el parque: por muy traviesa que sea, no soy Fluffy; y, por muy loquita que esté, tampoco soy una cabra.

De todos modos, precisamente en La Zubia, no importa mucho que sus regidores nos prohíban entrar en los parques. Allí lo que no falta es campo cerca. Y me descubro ante el artista local por su comprometido distanciamiento de la representación realista.

miércoles, 14 de abril de 2010

No-go areas for dogs

Casi dos meses han pasado desde que publiqué la última entrada. No ha sido por falta de ganas ni de cosas que contar, es que mis dueños, los muy casasolas, se han tirado todo el tiempo escribiendo ellos mismos. A eso, que para mí es pasión clandestina, ellos lo llaman "trabajo" y aun lo ejecutan de mala gana. En ningún momento, hasta hoy, he podido birlarles alguno de sus ordenadores para proseguir con la crónica de mi vida perra. Y en el cíber de la esquina creo que no me miran con muy buenos ojos (aparte de que no llego al teclado). Esta tarde, aprovechando que andan más letárgicos y desocupados que de costumbre, me toca a mí trabajar.

Ya os he contado en
otra entrada que, en España, los de mi especie no somos bien recibidos en muchos lugares. Pero solía haber sitios en los que podíamos entrar sin problemas, por ejemplo, en la cafetería a la que solíamos ir a desayunar (nótese el tiempo verbal). Ya sabemos que Spain is different y, a lo que parece, cada día que pasa más: mientras que en los restaurantes de otros países menos exóticos nos dan agua fresquita para que asistamos sin deshidratarnos al festín de nuestros dueños, aquí se nos persigue de manera implacable (a nosotros, a los librepensadores y al juez Garzón). Mi tenencia está obligando a mis dueños a cambiar de costumbres (o, al menos, de bares), y eso tras decenas de años de fidelidad a unos pocos sitios. Como no me dejan entrar a mí, ellos tampoco van ya al Sancho ni a la Casa Isla: ambos establecimientos han perdido una pareja de clientes muy habituales que ahora se plantean iniciar una campaña contra esa incomprensible intolerancia contra los animales en el gremio de la hostelería granadina. Entended, concienciados lectores, que los links a los locales que aparecen en esta entrada no son publicidad, sino información: como mucho, hay que verlos como publicidad negativa. ¡Amantes de los perros, no vayáis a bares en que no admitan a vuestras mascotas!

Si pincháis
aquí, veréis la transcripción literal de los imeils que se cruzaron los responsables de la Casa Isla y mis muy golosos dueños. Los he sacado de su cuenta de correo (me sé la clave) y están tal cual, a excepción de los nombres propios, que he eliminado por si acaso. La historia es curiosa, porque de la respuesta de los reposteros a la muy razonable y razonada queja de mis dueños a propósito de nuestra no admisión en el establecimiento podría desprenderse que los perros sí que somos bienvenidos en sus cafeterías (cafeterías en las que, tras el intercambio de correos, cuelgan ahora señales de "Perros no"). Piononos, hasta nunca.