miércoles, 14 de abril de 2010

No-go areas for dogs

Casi dos meses han pasado desde que publiqué la última entrada. No ha sido por falta de ganas ni de cosas que contar, es que mis dueños, los muy casasolas, se han tirado todo el tiempo escribiendo ellos mismos. A eso, que para mí es pasión clandestina, ellos lo llaman "trabajo" y aun lo ejecutan de mala gana. En ningún momento, hasta hoy, he podido birlarles alguno de sus ordenadores para proseguir con la crónica de mi vida perra. Y en el cíber de la esquina creo que no me miran con muy buenos ojos (aparte de que no llego al teclado). Esta tarde, aprovechando que andan más letárgicos y desocupados que de costumbre, me toca a mí trabajar.

Ya os he contado en
otra entrada que, en España, los de mi especie no somos bien recibidos en muchos lugares. Pero solía haber sitios en los que podíamos entrar sin problemas, por ejemplo, en la cafetería a la que solíamos ir a desayunar (nótese el tiempo verbal). Ya sabemos que Spain is different y, a lo que parece, cada día que pasa más: mientras que en los restaurantes de otros países menos exóticos nos dan agua fresquita para que asistamos sin deshidratarnos al festín de nuestros dueños, aquí se nos persigue de manera implacable (a nosotros, a los librepensadores y al juez Garzón). Mi tenencia está obligando a mis dueños a cambiar de costumbres (o, al menos, de bares), y eso tras decenas de años de fidelidad a unos pocos sitios. Como no me dejan entrar a mí, ellos tampoco van ya al Sancho ni a la Casa Isla: ambos establecimientos han perdido una pareja de clientes muy habituales que ahora se plantean iniciar una campaña contra esa incomprensible intolerancia contra los animales en el gremio de la hostelería granadina. Entended, concienciados lectores, que los links a los locales que aparecen en esta entrada no son publicidad, sino información: como mucho, hay que verlos como publicidad negativa. ¡Amantes de los perros, no vayáis a bares en que no admitan a vuestras mascotas!

Si pincháis
aquí, veréis la transcripción literal de los imeils que se cruzaron los responsables de la Casa Isla y mis muy golosos dueños. Los he sacado de su cuenta de correo (me sé la clave) y están tal cual, a excepción de los nombres propios, que he eliminado por si acaso. La historia es curiosa, porque de la respuesta de los reposteros a la muy razonable y razonada queja de mis dueños a propósito de nuestra no admisión en el establecimiento podría desprenderse que los perros sí que somos bienvenidos en sus cafeterías (cafeterías en las que, tras el intercambio de correos, cuelgan ahora señales de "Perros no"). Piononos, hasta nunca.

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