Del propio vuelo, poco o nada os puedo contar porque, nada más despegar en Düsseldorf y luego en Madrid, me quedé profundamente dormida. Así que os hablaré de los aeropuertos. En general, son lugares poco adecuados para los perros. Hay pabellones enormes de suelos resbaladizos sin un poquito de tierra o hierba a la vista. También hay mucha gente muy nerviosa que corre sobre cintas transportadoras cargada con bultos grandísimos. Para un bebé de perro todo resulta un poco amenazante, aunque, como iba en mi mochila, tampoco fue tan grave la cosa.
Lo que sí que está bien es el control de seguridad. Allí nuestros dueños nos sacan de la bolsa, y, mientras ésta desaparece en un túnel para luego salir por el otro lado, se nos acerca un montón de hombres y mujeres uniformados que vienen de todos lados, nos acarician y nos hacen fiestas. En teoría son ellos quienes deberían mirar nuestros pasaportes, pero por el mío -que tenía perfectamente en regla, con todos los sellos de las vacunas- no se interesó nadie: el personal estaba demasiado ocupado haciéndome mimos y alabando mi belleza.
Justo antes de entrar en el avión, nos piden la tarjeta de embarque. La mía la podéis ver arriba: en las tarjetas, abajo a la izquierda, pone "PETC": "PET", en inglés, no significa "flatulencia", sino "animal doméstico" y "C" quiere decir "en cabina", o sea, "animal doméstico en cabina".
Y hablando de pets, un último consejo por si tenéis pensado volar: os recomiendo ir con la barriga más bien vacía. Yo lo hice y no tuve que vomitar ni nada.
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